De nuevo, he vuelto a pasar unos días
por Galicia. Primero visité a los amigos de A Coruña y después
estuve con los vástagos.
Esta época que estoy viviendo la
registro con especial sensibilidad, para muestra los últimos post, y
son de agradecer muchas de las herramientas y enseñanzas que he
adquirido a lo largo de mi vida. En especial la que nos dejó Silo,
sus herramientas de trabajo personal, (autoconocimiento, meditación,
relajación, contacto con uno mismo y con su energía, …)
Estas herramientas me ayudan, en las
ocasiones que pongo atención y cariño, cómo operan en mí mis
ensueños, mis temores, mi esperanzas (también las falsas), o el
apego.
A que viene todo esto, a lo que hoy
digo: mi soledad (como temor) es mi expresión del miedo al cambio,
al desapego, a las expectativas que pongo en los demás, al fracaso,
al permanecer. Es mi expresión de que si no recibo no tiene sentido
porque doy.
Y aquí me viene otra
pregunta: ¿tiene sentido lo que doy? Acompañada de ¿doy? Y ¿doy
desinteresadamente o buscando algo a cambio?
He de decir que en estos
días por Galicia he atisbado respuestas al asunto. No sé si
quedarán bien grabadas en mi memoria, pero se que son más
“verdaderas” que las que he puesto en práctica más
habitualmente.
La cuestión es que en estos
días he registrado eso que cuando estas enamorado lo sientes pero no
lo percibes: dar es sencillamente bonito; dar sin esperar nada a
cambio es basicamente maravilloso. No solo tiene sentido, sino es,
basicamente, mi sentido tantas veces perdido tantas veces negado,
tanats veces ocultado...
Cuando llegue a A Coruña,
tenía la intención de apoyar a una campaña electoral que había
vivido y trabajado desde la lejanía de Igualada. Mi disposición
fue: “estoy aquí para lo que me digáis” y aunque en algún
momento se me paso la idea de que “por lo menos merezco una
palmadita en la espalda” (ensoñaciones del prestigio) me quedo
claro que tenía que agradecer el curro y el entusiasmo de quienes
quieren cambiar este mundo porque genera sufrimiento. Agradecer que
mis amigos me dejen compartir su tiempo, sus inquietudes, sus
esperanzas y desesperanzas.
Al llegar a Pontevedra,
convivir con mis hijos, verles en la cotidianiedad, disfrutar de sus
rutinas y de sus tensiones diarias (“vamos que es tarde y no llegas
al cole!!, ¡tomate el zumo!,...”) y buscar la manera de dar, como
padre, de mostrar el camino que yo seguiría, sin imponer pero sin
dejar que la individualidad someta al conjunto (por el asunto de los
caprichos y el sindrome”rey de la casa”), de abrir posibilidades,
de crear fé en uno mismo, de aprender a ver y a mirar... y a ser
padre.
En definitiva, gracias a
esta nueva etapa de mi vida estoy descubriendo una nueva manera de
mirar el mundo que se añade a las que biograficamente me acompañan, con la particularidad que esta camina reforzando una
dirección hacia otros. Ahora tengo más donde elegir, ahora he
ganado un poquito más de libertad.
PD. la foto corresponde a un
día de campaña electoral en A Coruña, tocaba pegada de carteles.